miércoles, 26 de septiembre de 2012

Conversaciones con Rafael "Tarántula" Cabrera

En la entrada sobre Tarántula nos preguntábamos qué habría sido de Rafael Cabrera, su espectacular primer vocalista.

Pues bien, gracias a Miguel Izquierdo hijo (recordemos que Miguel Izquierdo padre fue batería del grupo), hemos podido localizarlo en su Valencia natal, donde sigue residiendo, aunque a lo largo de su vida ha pasado épocas en otras ciudades españolas.

Descubrimos a un auténtico melómano, que de niño empleaba su paga en comprar partituras a la vez que veía crecer su afición a cantar. El error fue hacerlo en la terraza de su casa a la vista de todo el mundo y en horas de colegio, lo que le valió una reprimenda de su madre cuando se enteró por los vecinos, que admiraban la voz del pequeño Rafael.

Ya en 1957 se presentaba (formando dúo con otro compañero) a concursos de radio donde solía hacer buen papel, y en esa misma época apareció en el programa de televisión La Gran Ocasión, presentado por el legendario Miguel de los Santos.

Desde entonces su vida ha ido unida a la música, primero con el nombre artístico de Boby Astro (muchos de sus allegados le siguen conocienco como Boby) después con Tarántula además de otros grupos de rock sinfónico y progresivo, y más tarde en el mundo de la zarzuela y las orquestas, tan típicas de la zona levantina.

Nos habla del gran éxito de los primeros Tarántula y de sus actuaciones, no solo por toda España, sino también en el extranjero, cuya música ha sido muy apreciada en países como Alemania.

El gran nivel del grupo le llevó a compartir escenario con otras formaciones nacionales históricas como Storm o Iceberg, además de acompañar a artistas internacionlaes de la talla de Rory Gallagher.

Nos ofrece otros recuerdos, como la ampliación a cinco conciertos en una sala de Vitoria donde había firmado para una única actuación que resultó un rotundo éxito, o los cuatro meses seguidos en Bilbao. También nos habla de la cancelación de uno de sus actuaciones en la discoteca M&M de en Madrid por parte de la policía y de otros encontronazos con las fuerzas de (in)seguridad de los años 70, aunque la único seguro, en muchas ocasiones, era acabar detenido por llevar el pelo largo.

En su vertiente más personal también nos hace comentarios acerca de los músicos con los que ha entablado amistad (aparte de los compañeros de formaciones), como, entre otros, el también valenciano Nino Bravo, con quien se dedicaba a cantar soul en el estudio de grabación en los ratos libres, o David Bisbal. Pero no el David Bisbal de Operación Triunfo, sino el anterior, el chaval loco también por la música, admirador de las dotes vocales de Cabrera y que vio en el concurso televisivo una puerta abierta al éxito, aunque (como en el caso de Nino Bravo) tuviera que sacrificar parte de sus tendencias artísticas.

En resumen, una vida llena de aventuras musicales y no musicales que ahora se encuentra al ralentí por problemas de salud, lo único capaz de apartarle de su gran pasión, pero no de quitarle un humor y una simpatía excepcionales.


jueves, 16 de agosto de 2012

Un juglar en Lavapiés

 La falta de tiempo y el exceso de molicie hacen de este blog un lugar aparentemente abandonado, con información desactualizada, falta de nuevas entradas y enlaces que no funcionan gracias, principalmente, a la implacable lucha del poder y el dinero contra la difusión de la cultura popular y el rescate de obras inencontrables (incluido todo ello en ese inabarcable acto delictivo denominado piratería).

Pero no, la idea de recuperar en lo posible la historia del rock español sigue ahí, y para aportar un nuevo grano de arena, vamos a recordar el concierto que los míticos Ñu de José Carlos Molina ofrecieron en las fiestas de San Lorenzo 2012 en Madrid.


Para los que no viváis en esta ciudad o no conozcáis sus tradiciones, diré que, durante el mes de agosto, casi se solapan las tres fiestas más castizas de la capital de España. Primero la que se celebra en honor de San Cayetano (7 de agosto) en los alrededores del popular Rastro, seguida de la de San Lorenzo (10 de agosto) en el barrio de Lavapiés y, por último, la de la Virgen de la Paloma (15 de agosto), la más curiosa de las tres al tratarse de un culto no establecido originalmente por la Iglesia Católica, como es habitual, sino nacido del pueblo y cuya historia recomiendo leer a los interesados en las tradiciones populares.

En esta ocasión, como ya se ha dicho antes, ha sido el amigo San Lorenzo quien nos ha traído a Ñu a Lavapiés, barrio también de interesante historia, multirracial, multicultural, con calles de leyenda y un tanto peligroso en según qué momentos. Hogar, por ejemplo, del conocido bandolero Luis Candelas.

Hablar de Ñu es hablar, posiblemente, de uno de los grupos más longevos del rock español, pero no del más estable. El apartado de integrantes de la banda ocuparía la mitad de su biografía, entre otras cosas porque gran parte de sus miembros cuenta, a su vez, con una larga trayectoria propia dentro del mundo de la música.

Nombres como el del batería Enrique Ballesteros (Cráter, Bellabestia, Banzai, Coz), el fallecido violinista Jean François André (Labanda, batería con Kurt Savoy), los guitarristas Jerónimo Ramiro "Jero" (Santa, Saratoga, Santelmo) y Rosendo Mercado (Leño), el bajista, también fallecido, Chiqui Mariscal (Leño) o el teclista Miguel Ángel Collado (Santa, Sangre Azul, Casablanca) dan una idea del nivel de los músicos (según parece hasta 70) que han acompañado a Molina en su proyecto.

Semejante vaivén de componentes se debe, al menos en parte, al peculiar carácter de José Carlos Molina, definido como perfeccionista, poco diplomático, autosuficiente o irascible, quizá unas características causa de las otras y que entre todas perfilan a un personaje creativo, único y carismático, seguro de lo que hace y capaz de parar un tema a la mitad durante un concierto y negarse a seguir mientras dos personas del público sigan peleando (servidor fue testigo) o abandonar el escenario harto de problemas técnicos.

Así pues, no resulta extraño que el grupo sea fiel reflejo de su líder, aunque este llegara a confesar en una entrevista de radio que su capacidad de innovar está limitada por la imagen que se tiene de Ñu tras tantos años de existencia.

Su nacimiento se produjo en torno a 1975 como evolución de Fresa, grupo más orientado a "fiestas de pueblo", en cuyo repertorio Rosendo Mercado, Chiqui Mariscal y Molina intercalaban temas de rock. Pero esta historia será contada en otra ocasión, porque, después de tanto preámbulo, nos vamos a centrar por fin  en el concierto.

La actuación de Ñu en Lavapiés fue la típica gala veraniega.  Más cercana a una reunión de colegas en la que unos hacen música y otros saltan, aplauden y corean. Desde luego no se trató de una presentación del, hasta la fecha, último disco de la banda (Viejos himnos para nuevos guerreros) ni de un gran espectáculo hecho para impactar.

El escenario (de dimensiones suficientes) estaba situado en mitad de la estrecha calle Argumosa, lugar de celebración de la fiesta y en cuyas aceras se alinean las barracas de feria, puestos de comida y bebida y demás componentes de este tipo de eventos.

No obstante, la incomodidad del entorno no impidió a los numerosos espectadores disfrutar durante una hora larga de las evoluciones del grupo.



José Carlos Molina con su inseparable flauta travesera y cantando, Ramón Álvarez al bajo, Nacho de Carlos (acompañante, entre otros, de Jero Ramiro y ex-miembro de Beethoven R.) a la guitarra, el austriaco Peter Mayr (componente de Perfect Strangers, productor, especialista en instrumentos musicales y colaborador con infinidad de grupos) y su Hammond y el batería Javier Arnáiz "Bumper" (acompañante de Jero Ramiro y Miguel Oñate, componente de Barón Rojo y Vargas Blues Band y con dos discos en solitario -Drum y 2012-) hicieron un repaso, con un sonido regular pero aceptable, de los temas más clásicos de Ñu, lo que resultó en una conexión inmediata con el variopinto y numeroso público, de todas las edades y colores.

El grupo supo meterse en el bolsillo a los asistentes (tanto seguidores como simples curiosos) echando mano de su música más festiva, aunque sin dejar de lado la vertiente dura.

Molina, que salvo por su pelo más blanco muy poco ha cambiado en todos estos años, sabe como nadie moverse en el escenario y llevar la actuación por sus cauces, desapareciendo en los temas instrumentales, desviando la atención hacia el músico protagonista en cada momento o saliendo de atolladeros como un imprevisto con el equipo del bajista, imponderable que aprovechó el juglar de Legazpi, tras unos momentos de titubeo, para deleitarnos con un impecable Trovador de ciudad armado con su guitarra acústica mientras se solventaba el problema. Su comentario final tras la canción y entre risas fue "algo había que hacer".

Cada músico tuvo oportunidad de desplegar su maestría en solitario.

Bumper, el Increíble Hulk de la batería, con una envergadura que hace parecer a su Tama una talla menor de la necesaria, dejó patente la calidad de los elementos que la componen, castigando sin piedad los parches y platos en un solo atronador, con un doble bombo clásico (dos bombos, nada de uno con dos pedales) que recordaba el sonido de una Harley.

Nacho de Carlos hizo también gala de su arte, además de en un gran solo, en los temas instrumentales, donde la guitarra se convertía en principal protagonista. Con claras molestias en su muñeca izquierda en la última parte del concierto, demostró su profesionalidad aguantando el tipo hasta el final, incluido el Más duro que nunca del bis.

Ramón Álvarez también demostró con su solo que el bajo no es simplemente un instrumento de acompañamiento.

Y nos quedan Peter Mayr y su Hammond. Un personaje que parece salido de El señor de los anillos, con su largo pelo y barba blancos, que le dan una imagen muy acorde a ese aire medieval y de cuento que caracteriza al grupo que nos ocupa.

La actuación de Mayr, en especial en los momentos en que se le dejaba solo con sus teclas, no se puede describir, hay que verla. Además de por su estilo sicodélico de los teclistas de rock de los años 70, por la forma de tratar un instrumento de un peso considerable que él bambolea hacia delante y hacia atrás hasta los límites del equilibrio mientras no para de recorrer el teclado con sus dedos.

Y ya, hacia los últimos temas del concierto, una invitada en forma de torbellino con violín: Judith Mateo.  Polifacética violinista asturiana, de formación clásica pero dedicada a la música tradicional celta. Digo polifacética porque compagina su labor como instrumentista con, entre otras actividades, la de estudiosa de la música, presentadora de televisión y activista contra la violencia de género y de apoyo al maltrecho pueblo saharaui.

Acompañante de Cristina del Valle, Hevia o Carlos Núñez entre otros, también cuenta con tres discos en solitario (Tir nan og, Mientras el cielo no caiga, Ashes) y una dilatada carrera que le ha llevado a actuar en medio mundo, además de ser colaboradora de Ñu desde hace años, tanto en estudio como en directo.

El violín y energía de Judith, que no dejó ni un momento de moverse por el escenario y animar al público, completaron una buena actuación de la banda, no comparable al concierto registrado en DVD hace unos años, pero sí lo suficientemente divertida como para volver a ejercer de público si se presenta la ocasión, aunque, por desgracia, la actual crisis, unida a, o provocada en parte por, los desmanes de los políticos locales de turno (de cualquier turno) han dejado para el recuerdo esa ristra de conciertos de rock gratuitos o a precios módicos tan habituales en las fiestas veraniegas hace unos años.

Ahora se buscan las simpatías del votante mediante el artista de usar y tirar de moda y las orquestas de baile, o se pasa directamente al lado contrario, las representaciones teatrales, ballet o conciertos de música clásica, pero sin hacer un alto en mitad del camino para dar cabida a algo menos clásico que Vivaldi, pero con más calidad de la que presentan los compositores de melodías para teléfonos móviles.

Sea como sea, no perdamos la esperanza en la vuelta de aquellos buenos tiempos u otros similares. Músicos no faltan, pues las nuevas generaciones y los que siguen en la brecha después de tantos años tienen mucho que ofrecer. Solo se necesita que los que deciden se den cuenta de que, a estas alturas, es tan tradicional un concierto de rock como una exhibición de mantones de manila o un concurso de chotis.